Me llama un buen amigo, uno de los profesionales que con más talento ha trabajado en una de las mayores empresas españolas para poner en marcha y desarrollar con éxito un gran proyecto de e-learning. Uno de los pioneros, uno de los mejores.
Adelanto nuestra cita. Tengo un hueco en mi agenda de la tarde, después de dos largas reuniones en Barcelona y quedo con él en un bar. Me presenta a su socio. Conversamos, nos ponemos al día y me explica que después de 31 años, 8 meses y 1 día de trabajar en la misma empresa se ha ido. Le pregunto si han intentado retenerle. No lo han hecho. Se ha despedido de muy pocos. Se les ha ido el mejor profesional que desde cero puso en marcha un proyecto de e-learning con excelentes resultados. Donde nadie creía en la potencialidad del proyecto (y quizá en su talento)hoy todos se ponen medallas cuando presentan en público los logros de una formación justa, eficaz, a medida y a tiempo de las necesidades de cada una de los miles de empleados de la organización. Supieron superar momentos críticos gracias al e-learning. Hoy su gran valedor y después de una regata en solitario de tres días por el Mediterráneo, ha decidido, con la ilusión del chaval que empieza, comenzar de nuevo, no de cero, arropado por sus amigos y socios que sí creen en su talento, en su fuerza, en su trabajo. Mientras tanto su empresa sigue cotizando en Bolsa, no sé si al alza.
Y yo me río cuando oigo a los grandes directivos decir con la boca llena «que las personas son los mejor de nuestra empresa» ¿Les suena esta frase? ¿Se ven reflejados en esta historia?