Normalmente no suelo escribir en este Blog sobre las aventuras en mis viajes. El 23 de setiembre estuve por primera vez en Marrakechy me quedó un sentimiento agridulce. Se lo explico.
Fue un viaje inesperado, de tres días y dos noches, rápido, organizado por mi esposa Isabel, que es un magnífica viajera. Partimos de Barcelona, con escala en Madrid, en cambio el vuelo de regreso fue directo. Vimos por primera vez, nítidamente el estrecho de Gibraltar desde el aire, poco después descendimos del avión caminando hacia la terminal. Tuvimos la primera discusión con un taxista que nos quería cobrar más de lo que estipulaba la tarifa. El Riad Fabiola donde nos alojamos, a diez minutos de la gran plaza, es muy sencillo, correcto, pero sin ningún lujo, no como el Hotel La Mamounia, uno de los más lujosos y elegantes del mundo.
Visitamos la gran Plaza de Yamaa el Fna donde es imposible pasear sin ser asaltado por alguien que te vende algo, así no se puede disfrutar de uno de los lugares más singulares que he visto en mi vida. Una plaza que cambia: por el día con sus serpientes, monos… y por la noche con los puestos de comida, donde no nos atrevimos a cenar.
Paseando por una calle que sale de esa plaza, un joven nos vendió una excursión, el guía al día siguiente nos hurtó 20 euros y no quiso devolverlos, eso sería lo de menos, lo malo es que nos hizo ir tres veces a la agencia sin conseguir que nadie nos atendiera, tomándonos el pelo. Ese es el mal sabor de boca.
Y lo mejor: la ciudad, los alrededores, la fiesta del cordero, los cantos a la oración que empiezan a las 5 de la mañana, son todo un contraste cultural. Sin duda vale la pena conocer Marrakech, pero todavía les falta a algunos respetar mucho mejor al turista desde que llega y toma el primer taxi, hasta que se va.
Tengan cuidado, pero disfruten mucho si van a Marrakech, es otro mundo.
© José Lozano Galera
Sant Cugat, 12 de octubre de 2015