Caro José:
Reitero mi pésame por el fallecimiento de tu padre, quien sin duda sigue velando por toda la familia desde el balcón que en el Cielo le hayan reservado.
Hace muchos años disfruté por primera vez de las Confesiones de San Agustín, para mí las mejores Memorias que nadie haya escrito, tanto por el fondo de lo narrado como por la forma. Señala en aquel texto que “nada contempla el hombre tan frecuentemente como la muerte y nada olvida el hombre tan frecuentemente como la muerte”. Formulado en múltiples formatos con tono de sana guasa, sólo hacienda y la muerte son realidades ineludibles.
Como bien apuntas, dentro de pocos meses se cumplirán 25 años del fallecimiento de mi padre. Le tengo presente cada día desde entonces. Su vida personal y profesional fue plenamente cumplida, y me afano por no desmerecer en exceso de su paradigma.
Cuando nos vamos haciendo menos jóvenes -porque joven es todo aquel que tiene mi edad y menos, valga la chanza-, genera renovada hilaridad contemplar a quienes siguen corriendo de un lado para otro como si careciéramos de fecha de caducidad. Parafaraseo de nuevo al maestro de Hipona: deberíamos tener conciencia en nuestra existencia de que no pasamos de ser niños que jugamos en la orilla de la eternidad. Nuestro paso por este planeta es sólo un ensayo para la gran obra que se desarrolla más allá del tiempo, en el seno del Creador.
El trabajo, la amistad y la fe son los tres lenitivos más relevantes en las trochas que ahora recorremos.
Sigue con salud
Javier Fernández Aguado